Un corte de energía te obliga a usar velas, linternas y ha dimensionar lo importante que es este servicio en nuestras vidas. Cuando llegué a la casa donde vivo, (el rancho de mis viejos) el pasado miércoles a la noche, tuve que buscar velas, pero recordé que había arrumbadas en un mueble dos lámparas a kerosene que eran de mis padres.
Casi con alegría las busqué, les puse combustible y las encendí. Y ese sencillo acto fue disparador de una serie de recuerdos cuando era más chico, de las noches en La Dorita; el farol a kerosene colgado de un gancho en la cumbrera; el olor a la comida de mamá y mi viejo escuchando en la Ranser “Un alto en la Huella” de Miguel Franco. Mientras tanto, mis hermanos y yo haciendo los deberes de la escuela.
Después de cenar, por las largas galerías y cuan atleta que “porta la llama olímpica”, cuidando que no se apagara llegábamos a los dormitorios para descansar y empezar otra jornada al día siguiente.
En eso estaba cuando llegó la luz y arrancó la heladera, se prendieron dos focos y la radio comenzó a funcionar de nuevo. Todo eso eclipsó la suave luz de las lámparas que por un rato, me habían llenado de gratos recuerdos.
A veces a los hechos inevitables hay que buscarles el lado positivo.