Desde el mismo día en que Cristina Kirchner lo designó como su candidato a la presidencia, arrancó en la Argentina un debate sobre quién sería realmente, desde entonces, Alberto Fernández. ¿Una marioneta? ¿Un silenciador para los balazos de CFK? ¿Un nuevo jefe? ¿Una mera estrategia electoral? ¿La prueba de que Cristina había aprendido de los errores? ¿Una versión más amplia y tolerante de lo que fue el kirchnerismo más duro? ¿Mandará él? ¿Mandará ella? ¿Podría ser un buen presidente en estas condiciones? Esas preguntas constituyen uno de los aspectos dramáticos centrales de este período político. Y en estos últimos días, ocurrieron algunos episodios que sugieren, una vez más, la dificultad para responderlas de una manera categórica, como desearían desde los polos extremos de la política (y el periodismo) argentinos.
Después de que CFK recomendara un artículo que cuestionaba la reunión que Alberto Fernández realizó con los líderes de las cámaras empresarias el pasado 9 de julio, volvió a aparecer con virulencia la incomodidad que un sector del kirchnerismo siente frente a algunos movimientos poco ortodoxos de Fernández. Además del tuit de CFK, la expresión más fuerte del fenómeno fue la carta de Hebe de Bonafini, donde acusaba sin pruebas a esos empresarios de haber hecho desaparecer personas. En el medio, se empezaron a reproducir comentarios de periodistas identificados con el kirchnerismo, en un tono sorprendentemente peyorativo hacia el primer mandatario.
Tal vez el episodio más revelador de este fenómeno fue lo que ocurrió en el programa de Victor Hugo Morales el jueves por la mañana. Morales estaba decepcionado porque el representante argentino ante el Alto Comisionado de la ONU había manifestado su preocupación por las violaciones a los derechos humanos en Venezuela.
“Se hace intolerable algo como lo de Venezuela, ver a un Gobierno que uno imaginó de centroizquierda, de rodillas frente a los Estados Unidos, frente a Trump. Da mucha vergüenza, da mucho dolor, da muchas ganas de tirar todo a la marchanta, de pararse frente al mar y hacer un bollito con los sentimientos y las ilusiones que tenemos. Porque actuar así es entregar la dignidad. Es entregarlo todo”, dijo Victor Hugo. Unos minutos después, el presidente Alberto Fernández pidió salir al aire.
La discusión que se produjo es interesante por sí misma, pero mucho más por lo que revela del proceso político actual. Para entender lo que, de verdad, se discutió en esa nota, es necesario conocer el contexto. Desde la designación de Fernández como candidato presidencial, Morales lo criticó airadamente muchas veces, en un tono que casi ningún otro periodista, del medio que fuera, utilizó en su contra.
He aquí algunos de esos hitos:
-En agosto del año pasado, Fernández concurrió a unas jornadas del grupo Clarín. En primera fila estaba Hector Magnetto. Dijo Víctor Hugo: “No está mal verse y reunirse con Magnetto. Lo que está mal es que dentro de cinco meses esta boca seca sin saliva no les esté hablando de uno más que se pliega a los designios del diablo. Alguien tiene que pelear contra estos tipos. Cristina lo ha hecho. Ojalá esto se transfiera a Alberto Fernández. Si vos no acogotás a este diablo brutal, con los colmillos gigantes, ladrón depredador, no vas a hacer nada por la Argentina”.
-En enero de este año, Alberto Fernández había sostenido que no existían presos políticos sino algunas detenciones injustas. “Me parece penoso. Los detienen porque son opositores. ¿Cómo les querés decir? ¿Presos políticos, políticos presos? Es una desconsideración con Amado Boudou, uno de los hombres más leales que he visto. ¿No es presa política Milagro Sala?”.
-El 26 de junio, Fernández había elogiado al empresario energético Marcelo Mindlin. Morales dijo: “No podés vivir ante el poder real entregándole los atributos que no se merecen. Si Vicentin es grave, Mindlin es una asquerosidad para la Argentina. El tipo abre una planta y se da el lujo de tener al Presidente diciéndoles con vos vamos a salir al frente”.
-El 10 de julio, el enojo del periodista tuvo que ver con la consideración que Fernández demostró, una y otra vez, hacia Horacio Rodríguez Larreta: “Dice que Rodriguez Larreta es su amigo. Rodriguez Larreta es un chanta. No es bueno tener un chanta de amigo y no puede no saberlo, por más puentes que quiera construir Alberto Fernández”.
-Unos días después, la irritación era con la marcha general del Gobierno: “Vicentin empezó con una energía tremenda y ahora resulta que lo más probable es que tenga que enfrenta un proceso fraudulento de quiebra. Uno imaginaba que el impuesto a la riqueza tenía que salir con fritas pero hace ya tres meses que no hablamos de eso”.
Penoso, vergüenza, amigo de un chanta, entregar la dignidad, entregarlo todo, uno más que se pliega a los destinos del diablo, son términos realmente expresivos. Y finalmente apareció el tema Venezuela. En la discusión que mantuvieron, Fernández explicó la postura intermedia del gobierno argentino: respaldaba el informe Bachelet, pero se oponía a cualquier intervención norteamericana. Morales le reprochó que la Argentina participara del grupo de Lima. Fernández le dijo que la Argentina siempre votó allí en disidencia. El tono de Morales era, otra vez, muy intenso pero empezaba a resultar evidente que existía una diferencia entre la postura argentina y “ponerse de rodillas”.
El informe Bachelet denuncia la existencia de desapariciones, asesinatos políticos, torturas y persecución a disidentes en Venezuela. Sus revelaciones son coincidentes con las denuncias de todos los organismos de derechos humanos respetables de Occidente, entre ellos Amnesty International, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Human Rights Watch. Morales planteó como una cuestión de “dignidad” defender a quien cometió semejantes aberrraciones. Fernández osciló: reconoció la legitimidad de Maduro, pero mantuvo el respaldo a Bachelet. Le recordó que, al mismo tiempo, el Gobierno recibió a Evo Morales en la Argentina y repudió la dictadura boliviana. Y así fue transcurriendo la nota, que algunas personas interpretaron como un gesto más de sumisión del Presidente hacia la vicepresidenta y otras como un esfuerzo más por no dejar fuera de su esquema ni siquiera a alguien que lo destrata de esa manera.
Mientras tanto, ocurría algo novedoso. El tuit donde Cristina criticaba a Fernández tuvo un efecto muy limitado. Bonafini es un símbolo muy reconocido por un sector del kirchnerismo. Para el resto de la sociedad es un personaje controvertido: una heroína de la lucha contra la dictadura que, desde 1983, organizó juicios públicos contra disidentes, brindó por los atentados a las torres gemelas o se involucró en serios hechos de corrupción. De hecho, pocas horas después, Estela de Carlotto y Taty Almeida, otras madres de desaparecidos, le respondieron con fiereza. “A los que te digan lo que tenés que hacer, deciles que se callen la boca”, le recomendó la titular de Abuelas de Plaza de Mayo a Fernández.
No hubo gobernadores, ni intendentes, ni dirigentes de La Cámpora, que se sumaran a la rebelión que, al pasar de las horas, quedó ahogada en sí misma. Al final de la semana, Fernández anunció la continuidad de la cuarentena, rodeado de gobernadores que reconocían su liderazgo, y ponderó una vez más a sus compañeros de transmisión, entre ellos a Horacio Rodríguez Larreta y a Gerardo Morales, que solían ser muy resistidos por la militacia kirchnerista.
-A mí me acusan de dialoguista. Me encanta recibir esa acusación. Si alguien pretende que yo deje de dialogar, eso no va a pasar —dijo, cuando le preguntaron por los reproches que recibió por el acto del 9 de julio. ¿A quién iría dirigida esa frase?
Es difícil no ver que los caminos entre él y Víctor Hugo Morales por momentos coinciden, pero son más los momentos en que se bifurcan, y no solo por la posición del periodista sobre la dictadura venezolana. Tal vez el corrimiento de Fernández hacia el centro, con sus idas y vueltas, haya empezado a producir un debate interesante dentro del mismo kirchnerismo: ese debate fue obturado por la llegada de Macri al poder pero ahora empieza, tímidamente, a expresarse. Algunos dicen que se ha instalado incluso dentro de la familia Kirchner.
¿Es solo con Morales que los caminos se bifurcan? La pregunta apunta a un tema clave: ¿no será también que esas diferencias progresivamente separarán a Fernández de su vicepresidenta? Nadie sabe eso. Por momentos parece que ella manda. Por momentos, en cambio, parece que pasa a un lejanísimo segundo plano. En cualquier caso, son realmente notables sus ausencias de los actos oficiales. El 9 de julio, por ejemplo: ¿ella no estaba porque no quiso participar de un diseño para el cual –evidentemente—no fue consultada o porque, directamente, no la invitaron? ¿Cuánto hace que no se los ve juntos?
Alberto Fernández y Cristina Kirchner forman parte de una sociedad política cuyo éxito depende, en cierta medida, de que esa sociedad no se quiebre.
Pero no siempre las personas actúan de acuerdo a sus intereses.
Tanto va el cántaro a la fuente. (Infobae – Por Ernesto Tenembaum)